El sueño
de la razón produce monstruos
Nota: 7
Lo mejor: rompe con el mito de la maternidad como algo
idílico.
Lo peor: quizás no
sea lo suficientemente terrorífica-
Alabada por el mismísimo William Friedkin (El Exorcista), llega The Babadook, una fábula estilizada que demuestra
el dominio de los espacios cerrados y claustrofóbicos. Al igual que en Monster (2005), el cortometraje de la
misma directora en el que se basa, la eficacia de sus primeros minutos familiarizan
rápidamente al espectador con los protagonistas de la historia: Samuel (Noah
Wiseman), un niño acribillado por las pesadillas, su madre, Amelia (Essie
Davis), que duerme poco, la rutina obligada de comprobar con él que debajo de
la cama y dentro del armario todo está en orden, la intuición infantil que
percibe un monstruo acechando ("yo mataré al monstruo cuando venga") y su
promesa de protección. Y, sobre todo, la aparición repentina de un extraño libro
rojo.
Ya desde el arranque y sin necesidad de recurrir al
prometido Babadook, se consigue transmitir el nerviosismo y crispación a plena
luz del día. Primeros planos del niño encaramado a un columpio o gritando en el
coche contribuyen a acrecentar un malestar que se propaga sin motivo aparente.
Por ello, tras el misterioso hallazgo en casa de un cuento titulado The Babadook y su posterior lectura, el desasosiego
se abre paso hasta derivar en un ambiente que raya la psicosis. La directora
afianza los cimientos de su relato a través de la atmósfera, en la que inserta
un subtexto que explora sin remilgos la difícil experiencia que supone ser
madre soltera.
Un niño que requiere demasiada atención ("¡No
funciona si no me miras!"). Una madre superada por las circunstancias, incapaz
de celebrar el cumpleaños de su hijo. Ambos advierten perfectamente el rechazo
que generan a su alrededor. Todo ello sumado a la incomprensión de una hermana
egoísta, los terrores nocturnos y a la falta de sueño, da lugar a un relato
sólido y bien construido. Las ojeras y el desgaste van trastocando cada vez más
la rutina de madre e hijo y la tensión va escalando incluso antes de que el
monstruo haga acto de presencia por primera vez.
Pues el Babadook no es más que la personificación
de un trauma. Del dolor de una pérdida que eclipsa todo. Es el espejo de un
duelo que ya está durando demasiado tiempo, que ni siquiera los trucos de magia
de Samuel parecen romper. La soledad y la culpa invaden el hogar y se
materializan en el monstruo, alimentando su silueta Murnaniana. Así, la
imposibilidad de distinguir entre vigilia y realidad dan lugar a que el miedo y
la imaginación se fusionen y Amelia termine presenciando al Babadook hasta en
los cortometrajes de Georges Méliès y Segundo de Chomón.
Jennifer Kent demuestra técnica. No le hace falta
recurrir a golpes de sonido ni a sustos fáciles para mantener la tensión. Bien
rodada, la realizadora hace uso de una paleta de azules y grises para enmarcar
los espacios grandes y desangelados de una casa en la que reina el desafecto.
La ópera prima de la australiana fluye con elegancia y estilo por caminos ya
transitados previamente por muchos otros, ganándoles terreno a cintas como Mamá (2013, Andres Muschietti) y The Conjuring (2013, James Wan), que a
su lado palidecen quedando en simples formulaciones de género sin demasiado
fondo.
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