Especiales de La Palomita: De series, ciudades, panópticos, dios y Al Swearengen

Un análisis sobre la importancia de la metrópoli en las ficciones televisivas USA


Somos afortunados, porque en La Palomita, además de ser acojonantemente guapos, la semana pasada tuvimos el gran placer de asistir a la conferencia que el escritor, profesor, ensayista y autor de Teleshakespeare (que no debería faltar en tu estantería si no quieres acabar en el maldito infierno), Jorge Carrión, ofreció en la localidad guipuzcoana de San Sebastián, dentro del ciclo cultural Pensar la Ciudad II. En dicha charla, este tipo tan simpático -alguien que se presenta con una imagen de Al Swearengen en el proyector cae bien por huevos-  hizo un repaso a algunas de las series norteamericanas de los últimos años para ahondar en la forma de retratar la Cosmópolis en ellas y en su presencia como un elemento clave en la trama.

Y es que la ciudad es un factor que ha ido captando cada vez mayor relevancia en las ficciones de esa teta de cristal que tenemos en el salón, hasta el punto de transformarse en un personaje más de la historia. En Los Soprano, eran los sucios suburbios de Nueva Jersey; en The Wire tuvimos una Baltimore podrida hasta las cloacas; con The SHIELD volamos al distrito de Farmington (Los Ángeles) para ser testigos de la delincuencia y los cuestionables métodos del detective Vic Mackey; Breaking Bad nos llevó en caravana a conocer la desértica Alburquerque y en Boss acompañamos a un alcalde que gobierna Chicago con brazo tirano. Estos son sólo algunos ejemplos de los títulos en los que el entorno urbano adquiere un rol principal en la historia, pero hay muchos otros (True Detective, Fargo, Treme, The Killing, Carnivàle,...).

Así Carrión, destacó algunos de estos títulos y los ordenó cronológicamente, no por fecha de estreno de la ficción, sino por ambientación temporal de la trama, para así diseñar un repaso histórico en el proceso de construcción de la urbe, desde la ciudad más primitiva de Deadwood, pasando por la prolífica Atlantic City de Boardwalk Empire, hasta alcanzar la más tecnológica y moderna Nueva York en Person of Interest, que será todo lo que quieras, pero aborda una perspectiva que muchas otras no se han atrevido a tocar.


De esta manera, se estructura un retrato socio-político, económico y cultural de cada una de las épocas a través del que podemos estudiar la evolución de una metrópoli que avanza hacia una concepción panóptica de la misma.

Y quien es consciente de ese engranaje, resulta ser el puto amo del corral, el que observa, predice y juega sus cartas, el cabrón más listo de la partida y el que maneja los hilos de esas marionetas que deambulan por los callejones como sucias ratas perdidas. Él es el guardián, lo controla TODO, lo vigila TODO y lo sabe absolutamente TODO y si es lo suficientemente hijo de la gran puta, utilizará ese conocimiento para sus fines.

Todos sabemos quiénes son esos capullos perspicaces y manipuladores que gobiernan el reino en la sombra, que de vez en cuando suben a su torre y echan una ojeada a SU ciudad, porque seguramente no tengan una silla presidencial en la que posar su trasero, pero no les hace falta para ejercer su poder tirano ni para dejar clarinete quién lleva el mando en ese maldito pueblo y si alguien no lo sabe, te garantizo, amigo, que tendrá un problema muy gordo.


Tan enorme como la mala hostia de Al Swearengen (Ian McShane), ese alcalde no electo de la Deadwood de finales del siglo XIX que cada puñetera mañana se asoma a su balcón con su café y su mugriento traje para observar los acontecimientos y movimientos del lugar, un gesto propio de un gobernante que se transforma en el héroe de la ciudad, que comenzó siendo, recuerda, un simple campamento. Dicho crecimiento se refleja en la apertura constante de nuevos comercios, en la llegada del telégrafo, la progresiva importancia del cuarto poder, la formación del barrio chino liderado por Mr. Wu o incluso en esa aparente gilipollez del "club de los paseantes" que ocurre en un episodio de la primerta temporada y que, en contra de la impresión inicial, resulta muy significativo en la concepción de Deadwood como urbe.

Si dejamos atrás esos orígenes y avanzamos en el tiempo, nos encontramos con Boardwalk Empire, ambientada en los años 20 durante la época de la Ley Seca, y la presencia del mafias y político Nucky Thompson (Steve Buscemi) que nunca podrá observar la metrópoli que quiere dominar desde una posición elevada, sino que es la propia Atlantic City la que se levanta ante él como una indomable criatura que oculta en sus apestosos rincones corrupción y sangre, mucha sangre.


De esa era del contrabando podemos continuar avanzando en la historia gracias a Magic City (años 50), Mad Men (años 60) o The Americans (años 80), hasta la actualidad, con series como la poco afortunada Boss, en la que el hijo de la gran puta que encontramos es Tom Kane (Kelsey Grammer), el alcalde de una Chicago corrompida por la ambición de un tipo al que ni su enfermedad degenerativa es capaz de frenarle. En este caso sí, Kane mira su imperio desde la ventana de su despacho mientras calcula sus retorcidas estrategias para continuar en posesión del territorio.

Hasta ahora, hemos identificado dos tipos de lectores urbanos, los que van a ras de suelo como Nucky Thompson o Tony Soprano (el paseo de Gandolfini en la intro es un ejemplo claro de ese control) y los que observan desde lo alto, como Swearengen y Kane, pero tenemos un tercero.


Naveguemos hasta Person of Interest, que relata una trama ubicada en el actual 2015 y pone de manifiesto lo que podríamos llamar la visión panóptica máxima a través de todas esas cámaras que lo controlan absolutamente todo. El personaje hijo de la gran puta, en esta ocasión, no tiene forma humana, sino que es la jodida Máquina, que predice, gracias a una recopilación de multitud y diversos datos, atentados terroristas. Estamos ante el obervador capaz de prever EL FUTURO. La ciudad planteada por la serie es la única que aborda la dimensión big data. Es la evolución de Al Swearengen y Tom Kane en el hacker del siglo XXI, en el lector moderno de la realidad y es tal la importancia que va ganando, que la omnipresente y omnipotente Máquina empieza a ser bautizada en la serie como DIOS.

Por último, quería detenerme en The Wire, que es un poco la antítesis de Boss en cuanto a lectores urbanos, ya que mientras la de Starz refleja un protagonista individual, la de HBO centra su trama en un colectivo, sin un rol principal concreto. Y es que esta última, además de ser mi favorita, retrata a la perfección esto que comentamos acerca del contexto como un protagonista más. Te presento a Baltimore, un barrio podrido en el que la única forma de sobrevivir es con una pipa en un bolsillo, unos gramos de farla en el otro y unos cojones entre las piernas como dos cabezas de búfalo.


La ficción creada por el ex-periodista y escritor David Simon -quien contó con la inestimable ayuda del detective retirado Ed Burns- y estrenada en HBO allá por el 2002, no sólo retrata en sus cinco temporadas lo que sucede en un distrito norteamericano cualquiera olvidado de la mano de dios y gobernado, entre otros, por un par de negros de los bajos fondos, una empresa de transportes que carga en los tráilers algo más que lavadoras o unos políticos corruptos que venderían a su madre por poder; ni tampoco centra toda su trama en la brigada de un departamento de policía que no únicamente debe lidiar con bandas criminales, narcos y delincuentes de poca monta; sino también contra el puñetero sistema e intereses de "los de arriba", porque el puto circo que te cuentan en Ley y Orden o CSI mola mogollón, pero, colega, baja de la nube y date una hostia con la cruda realidad de una comisaría de los suburbios de escasos recursos, con la cruda realidad de unos agentes que no se curran los casos porque le han cogido cariño a la pobre rubia que se ha quedado viuda o al niñito que acaban de cargarse unos ladrones hijos de perra, sino porque hay una maldita pizarra con "bolas rojas" que hay que hacer desaparecer si queremos mantener nuestro empleo y nuestro orgullo.

La televisiva tampoco se limita a narrar, de forma particular, las catastróficas desdichas de un perspicaz agente llamado McNulty, las burlas de un detective gordo al que apodan Bunk o la relación sentimental de esa atractiva poli negra con más huevos que todos los hombres de Harrelson juntos. De igual modo que no nos habla exclusivamente de esos jefes del cotarro que son Avon Barksdale y Stringer -peroquécabrónmáslisto- Bell, ni del pequeño Dukie y su infierno doméstico, ni de ese puto amo que es Omar Little y con el que no hay que jugar si no quieres acabar jodido, ni del capullo sin escrúpulos senador Clay Davis, ni tan siquiera de esa gente del Baltimore Sun que observa el tablero y cuando alguien se salta las reglas se encarga de contárselo al país entero.


No, tío, The Wire va mucho más allá de todo eso, ABARCA todo eso, y coloca como protagonista a la propia Baltimore, igual que Nueva Jersey fue un personaje más en la de Gandolfini, para dejar al descubierto el funcionamiento de una red en la que cada pez está atrapado en su puto agujero desde que nace hasta que muere para que todo el entramado quede perpetuado de manera que unos se pudran en el fango y otros saquen la cabeza a la superficie; y no intentes aletear para ascender de posición, amigo, porque los peces gordos se asegurarán de que continúes siendo el puto pez payaso. Aquí Simon nos está diciendo: "eh, colegas, esto es lo que hay, éste es el puto vertedero en el que vivimos y aquí no hay ni buenos ni malos, sòlo mierda que siempre fluye hacia abajo. ASÍ ES LA VIDA".

The Wire no es Big Bang Theory, Cómo Conocí a Vuestra Madre, The Office o Juego de Tronos, (sin despreciar ninguna, obviamente). No se puede masticar su historia mientras besuqueas a tu pareja, jugueteas con tu perro Bruno o tomas el té con la pesada de tu suegra. The Wire se deshace poco a poco en el paladar, se saborea lentamente y se digiere. No es fácil y en ocasiones esos 60 minutos se convierten en un trago más duro que el de absenta, pero una vez que ha llegado a tu alma, te darás cuenta de que acabas de degustar un auténtico manjar.


Ésta es una serie que juega en otra liga muy superior a las que has conocido antes y en las gradas, muchacho, estás solo, solo desde que el partido entona ese himno inicial de Tom Waits titulado Way Down in the Hole con el que me tocaría ahora mismo si no tuviera las manos ocupadas en el teclado y que es interpretado en cada temporada por diferentes voces (The Blind Boys of Alabama, The Neville Brothers o cinco adolescentes sacados del mismo Baltimore), además de la del propio Waits (en la segunda remesa de episodios, concretamente); estás solo ante ese fondo negro capitaneado por una gran y reveladora frase introductoria en cada capítulo, solo ante los vaciles del sargento Jay Landsman y su papada mientras engulle una hamburguesa, ante el baile de casos de un departamento a otro como si fueran castigos que nadie quiere, solo ante la impotencia del Teniente Cedric Daniels en su lucha contra el Sistema, solo ante la torpeza de los inconscientes Carver y Herc, solo ante las redadas, las escuchas, la sabiduría de esa rata de biblioteca que es Lester Freamon, solo ante las injusticias, la miseria del barrio, el olor a putrefacción de las calles, el oxígeno contaminado por las drogas, solo ante los cuerpos de putas amontonados en el fondo de un camión, ante un poder engangrenado al que poco le importa el número de cabezas que hay que cortar para posar su trasero en sillones de piel. Estás solo ante BALTIMORE. Y Baltimore no es otra cosa que el mundo y la historia del mundo parece ser que ha sido construida a base de negocios sucios por cuatro grandes hijos de puta muy listos.

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