Crítica de TV: 'Sons of Anarchy' (Temporada 7 y Final)

Mucho ruído y pocas nueces


Nota: 2,5

Siete años han transcurrido desde que los hijos de la anarquía empazaron a cabalgar por las carreteras de Charming. En aquellos maravillosos años, en los que aún éramos jóvenes, nos encontrábamos en plena efervescencia de estrenos en la pequeña pantalla; era la denominada Edad Dorada de la televisión norteamericana. Hoy por hoy, por desgracia, ha bajado el nivel sensiblemente, sigue habiendo muchas novedades, cierto, pero da la irremediable sensación de que gran parte de estas nuevas propopuestas salen de una fábrica de ensamblaje sin dedicarles demasiado mimo o arte. Sons of Anarchy nació al mismo tiempo que se despedía la magnífica The Shield. Kurt Sutter cogía el testigo de Shawn Ryan para continuar su legado con una serie de corte similar, pero con una perspectiva contraria a la ley. Lamentablemente, desde hace años Sons of Anarchy ha perdido gas hasta llegar a su última y tristemente peor temporada con la lengua fuera y pidiendo tiempo muerto.

La serie de la FX ha resultado en cuestión de audiencia un éxito rotundo y ha llevado a un fenómeno fan muy por encima de sus méritos. Jamás ha logrado alcanzar cotas de calidad que muchas series de la AMC o HBO sustentan; sin embargo, sus dos primeros años se mostraban con posibilidades y se erigía como un producto tremendamente entretenido. No obstante, con su tercer año vino la debacle irlandesa, una pasada de frenada que empezaría a mostrar las carencias de Kurt Sutter para ensamblar esta historia de excesivo enfoque shakespeariano.

El tercer año fue aburrido y, en ocasiones, realmente absurdo, pero con el cuarto parecía que la redención estaba cerca y que todo había sido un mal sueño, aunque el creador volvió a pecar, condenando la serie al ostracismo por un claro defecto que la destruiría irremediablemente: no saber dar fin a sus personajes. Obviamente, me refiero a Clay, el mejor personaje de la serie.


El resto de las temporadas cayeron en un bucle constante sin aportar roles ni argumento que dotaran de personalidad a esos años de andadura por el desierto, pero el clavo final sobre el ataúd ha llegado en su última oportunidad de despedirse con dignidad y, tristemente, no ha sido así. 

El séptimo año ha rondado contantemente sobre la muerte de Tara y sus consecuencias. Con el bulo creado tanto por Gemma como por Juice -otro personaje que ha vivido horas de más-,  la única convicción de Jax ha sido la venganza y así se argumenta toda la trama en un disparatado plan urdido por Teller y sus secuaces, con el fin de acabar con los cabezas de turco asiáticos que confrontaban los intereses comerciales de Agust Marks.


Ése es uno de los grandes puntos negros de SOA, la incapacidad que ha tenido siempre para crear lineaS argumentales en paralelo que sepan suplir o alimentar la trama principal, haciendo que, junto a una duración excesiva de los capítulos, los conflictos se alarguen innecesariamente; todo ello unido a un exceso de protagonismo de muchos de sus personajes, incluyendo sobretodo al propio poseedor del martillo, Jax.

Así pues, que el año de la despedida se haya cimentado sobre la vendetta de Teller ha terminado por ser agotador, perdiéndose en un sinfín de giros de guión y estrategias absurdas seguidas de interminables verborreas que parecen sacadas de la pluma de Aaron Sorkin para acabar de la forma más pueril y digna de cualquier guionista estrella de la marca Mediaset. La gran losa con la que SOA carga desde hace años es la incapacidad que tiene Sutter de saber racionar la violencia en cotas más discretas. No hay un capítulo de SOA en la que no haya violencia desmesurada o alguna muerte inesperada de algún personaje menor en busca del aplauso facilón del espectador. La sangre y las vísceras se tornan tan comunes en el visionado que el espectador se acostumbra y acaba manteniéndose impasible ante tal avalancha continuada de viscosidades.

Ejemplos en los que se supo manejar dicho recurso fueron Deadwood o Breaking Bad, donde sus protagonistas eran más comedidos respecto a la violencia, lo que generaba imprevisibilidad y expectación ante tales momentos. A Mr. Pollos nunca le vimos desgarrar ninguna garganta hasta el principio de la cuarta temporada, pero ¿acaso alguién dudaba de su capacidad? El hecho de generar esas certezas en el espectador con meras insinuaciones o surrurros es lo que distingue el guión que vale su peso en oro del que no.


La última temporada, desde luego, se ha caracterizado por un continuo bukake de rafágas de plomo y sangre sin las mínimas consecuencias lógicas; es decir, los cuerpos en SOA se acumulan por decenas en Charming sin que ello afecte directamente a esta maloliente banda de moteros, dando la sensación continua de que matar en este relato sale rentable sin que ello pueda generar tener a federales tras tus pasos, ciudadanos alarmados por el aumento del índice de homicidios o, por supuesto, políticos que intenten aplacar la violencia de forma electoralista. Cualquier serie como The Wire, The Shield o Los Soprano son consecuentes con la violencia empleada y cualquiera de sus personajes es consciente de los problemas que suponen los cadáveres y es que, tal y como decía Tony Soprano, "con las guerras dejamos de ganar pasta".

Todo personaje de Sons of Anarchy dejó tiempo atrás cualquier carisma que pudiera albergar para caricaturizarse de la forma mas burda. Nunca me han resultado personajes creibles por la falta de bagaje de los guionistas, quienes no han sabido crear lo que hay detrás de las balas cuando los caracteres dejan el chaleco sobre la cama. No conocemos sus miedos, sus recelos ni sus ambiciones. En Los Soprano, sin ir más lejos, se escenificaban valores familiares hasta que a algún miembro del clan le tocaba pagar la cuenta del restaurante. Al final, el egoismo y sus implicaciones manchaban todos los planos familiares, dejando esa imagen de unidad totalmente desvirtuada como consecuencia de la naturaleza humana.


Los componentes de SOA, en cambio, dan una constante imagen idílica de hermandad que se contradice con la complejidad de cualquier sociedad, donde los distintos sentimientos, complejidades emocionales y necesidades entran en conflicto continuamente. Posiblemente, el manuscrito del difunto Teller sí sentó una base emocional y de conflicto interior en el propio Jax, pero dicho mensaje se fue diluyendo en un derrotero de sangre gratuita y autopistas sin señalizar.

Lo más doloroso del final de la serie, probablemente, ha sido lel poco interés preexistente a falta de dos capítulos para el adiós definitvo. Con la inevitable muerte de Gemma a manos de su propio vástago para crear el entorno perfecto y poder dar el redoble de tambores necesario que cierre la ficción y salve en menor o peor medida la temporada, se decidió prolongar la serie más aún y desembocar en uno de los finales más estupidos que hayamos contemplado jamás. Ya no es sólo la estrambótica cruzada de Jax -lo de disfrazarse de indigente para acabar con Marks a los pies de un juzgado no tiene nombre- para enmendar el daño inflingido a SAMCRO por su negligencia lo que escuece, sino también la aparición del mismísimo Michael Chiklis en el enésimo guiño de Sutter a su siempre superior serie hermana: The Shield. Como si fuera una metáfora de la realidad, el camión de Chiklis acaba tragándose literalmente al desvalido Jax, y es que SOA que se suponía sería una arraigo de The Shield ha terminado empequeñecida ante la obra de Shawn Ryan en siete temporadas donde, desgraciadamente, sólo podemos salvar las dos primeras.

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