A estas alturas, creer en
J.J. Abrams es imposible
Nota: 4,5
Como si en la cadena NBC hubiera algún ejecutivo con una
bola de cristal, Believe nos llega apenas unos días después de que el
realizador de su episodio piloto y cocreador, Alfonso Cuarón, haya
ganado muy merecidamente el Oscar al Mejor Director por Gravity, lo que supone para la
nueva propuesta del incansable J.J. Abrams ese plus de interés que su factoría
pedía a gritos. Porque no han sido pocas las decepciones que nos ha dejado este
excelente cineasta, pero pésimo productor, desde que triunfara con Felicity y se
convirtiera en el nuevo niño mimado de las cadenas gracias a Perdidos. Diez
años después, Alcatraz, Undercovers o Almost Human representan a unas pocas de
esas promesas incumplidas, bien sea por un tan estudiado como insuficiente
goteo de información o por lo anodino y tópico de todos los elementos que
rodean al eje del argumento, normalmente un misterio sobrenatural, que en
Believe se centra en una niña con los poderes y el buen rollo del angelical Michael
Landon.
La presencia de Cuarón a los mandos de este primer episodio,
aunque agradecida y reconocible (sobre todo en el plano secuencia inicial), se
traduce en un recurso que hace más de cara al marketing que a la hora de moldear el tufillo de la factoría Abrams hacia algo diferente y
esperanzador. Sencillamente, el mexicano se ha dejado llevar en exceso por el hermetismo de su productor a la hora de escribir el guión junto a Mark Friedman (Sin Identificar), por no hablar de que las limitaciones presupuestarias y
temporales evitan que el cineasta de la impepinable Hijos de los Hombres se luzca en el plano meramente visual. Obviamente, su labor es
más que competente, pero también muy lejana a la de otros compañeros que también han llegado de la gran pantalla, como por ejemplo David Slade,
especialista en pilotos tras encargarse de asentar los tonos de las tan maravillosas como incomprendidas Hannibal y
Awake; o Neil Marshall, responsable del indiscutible Juego de Tronos: Blackwater, así como del primer episodio de la recomendable Black Sails.
Aunque la infante protagonista tenga nombre de bebida exótica o de grupo alternativo, Johnny Sequoyah, su labor es la más destacable del espectro interpretativo, recordando
por momentos a una Chloë Grace Moretz pre-corrupción hollywoodiense gracias a una mirada capaz de mezclar inocencia y sabiduría impostada. Por desgracia, el peso
dramático de la función recae sobre el preso
fugado que se encarga de protegerla, interpretado por Jake McLaughlin (Warrior, Salvajes), cuyo único recurso parece ser la cara de escocido, al más puro Stephen Amell de Arroú Arrow. Ni siquiera los veteranos e
impecables Delroy Lindo y Kyle MacLachlan logran sobrevivir a lo arquetípico de sus personajes, embadurnados en contradicciones para mantener ese halo perpetuo de misterio artificial.
Lo peor de todo es que, por encima del esbozo de una trama
centrada en la enésima lucha entre el bien y el mal, articulada en la forma de
una huída perpetua a ninguna parte, el potencial como procedimental de la
propuesta pega demasiado el cante y absorbe cualquier atisbo de interés,
avisando de que profundizar en los interrogantes del relato va a costar muchas ancianas solitarias,
niños enfermos o, en definitiva, demasiadas horas vacías y edulcoradas de metraje sin una promesa
sólida que las respalde. Además, para acercarnos a una Carrie moderna y sin pulir ya tenemos el videojuego Beyond Two
Souls, la última obra de los muy cinematográficos Quantic Dream.
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