Polanski
deja bien claro quién es el sexo débil
Nota:
8
Lo
mejor: el uso del teatro que hace Polanski.
Lo
peor: nada
"Y
Dios castigó al hombre poniéndolo en manos de una mujer", se escucha en
un momento de La Venus de las
pieles. Cuántos matices adquiere esta frase si uno la imagina en boca de
Polanski. Y cuánto se acerca a la realidad en el caso de los personajes de este
filme, para el que A Therapy (corto
anterior de Polanski con Ben Kinsley y Helena Bonham Carter) puede servir
perfectamente de preludio. Thomas (Mathieu Amalric) dirige una pieza de teatro
y está haciendo audiciones para encontrar el rol femenino de su obra. Es por
ello que le hace una prueba a Vanda (Emmanuelle Seigner). Sin embargo, lo que
se desata entre esas cuatro paredes poco tiene que ver con la obra de teatro
para la que ensayan… ¿O sí?
Polanski vuelve al foco público con una historia similar
a Carnage (Un dios salvaje), su cinta anterior. No sólo desde un punto de
vista argumental sino también estructural. La reyerta de aquellos padres
burgueses que se daba en un claustrofóbico saloncito fácilmente puede
trasladarse a la sala de teatro de la que no salen en ningún momento Vanda y
Thomas. Como si continuase su arresto domiciliario, el director parece haberse
obsesionado con rodar en espacios cerrados, demostrando por otra parte el gran
talento que le caracteriza por no necesitar más que una habitación para
dinamitar nuestras mentes durante hora y media. En cuanto al objeto de estudio,
Polanski parece entonar el “épater la
bourgeoisie”, aclamado grito de guerra de los decadentes franceses, al
reírse una vez más de la clase burguesa. Las dos parejas arrogantes de clase
media-alta que discutían en Carnage
bien pueden verse reflejadas en el enfrentamiento que se da entre Vanda y
Thomas en el ensayo.
Es una obviedad pero no por ello menos necesario resaltar
el duelo interpretativo que ofrecen Mathieu Amalric (Tournée) y Emmanuelle Seigner (Lunas
de hiel), la esposa de Polanski. El director polaco adapta la obra de
teatro de David Ives (basada a su vez en la obra de 1870 de Leopold von
Sacher-Masoch) creando un artefacto inteligente dotado de un guión complejo que
no subestima al espectador. Aún sin tener la certeza, es fácil sospechar que la
elección de Amalric para el rol masculino no ha sido casual; teniendo en cuenta
el indiscutible parecido físico entre ambos (el actor y el director de joven). Pues
conociendo a Polanski, no es descabellado suponer que probablemente se haya
divertido imaginándose a sí mismo en ese papel.
Mediante un plano
secuencia que nos muestra brevemente las calles lluviosas de París, la cámara
entra en primera persona a un teatro desvencijado en el que Thomas, un hombre
culto y educado, recoge sus cosas nerviosamente para dar la jornada por
terminada. La cámara se sitúa discretamente al fondo de la sala otorgando al
espectador el papel de voyeur, de espía privilegiado desde la platea, del juego
constante de ambigüedad que se va a dar entre los dos personajes. Pronto entra
Vanda en escena, dispuesta a hacer la audición. Una mujer grosera, soez,
insistente. De la que Thomas evidentemente no espera nada. Un twist rápido se apodera de la escena,
que comienza a rodar suavemente cuando Vanda empieza a actuar. Es en ese
momento cuando la diferencia abismal que existe entre los mundos que encarnan
Vanda y Thomas únicamente se ve salvada. Ella vence la reticencia de él, quien
asiste atónito a tal transformación.
Como tics nerviosos, las únicas interrupciones que sufre
el juego entre Thomas y Vanda, son las digresiones en las que deliberan qué
sería mejor para la obra y las llamadas por teléfono de la prometida de éste.
No tardan demasiado en despojarse de las convenciones sociales para dar rienda
suelta a un acto continuo de sensualidad, erotismo y seducción a partes iguales
en el que todo tiene cabida; incluso el
humor negro. Polanski utiliza un juego de espejos entre sus protagonistas para
dar rienda suelta a sus obsesiones habituales en el que se confunden constante
e intencionadamente las identidades, el mando, el sometimiento y la lucha de
sexos. El teatro sirve de vehículo para tolerar el choque entre dos entidades
tan diferentes: los bajos fondos de París desenmascarando los vicios más
inconfesables de un intelectual acomodado. Ella se adueña del espacio desde el
momento en que entra por la puerta rogando una audición. Él la convierte en su
Venus abotonándole el vestido. Todo con un único fin, el de alimentar y llegar
al origen de una perversión: unas pieles y una vara de abedul. Cuidado con lo
que deseáis. Se puede desencadenar un ciclón.
1 COMENTARIOS:
Peliculón. Muy de acuerdo con lo que comentas respecto a como el personaje masculino, el más burgues, se siente amenazado por la exhuberancia de la mujer de clase baja para al final acabar, él, mostrando sus perversiones.
El único problema de la película, en mi opinión, es su gran nivel. Polanski acostumbra al espectador a una calidad en las ideas que, en mi caso, por lo menos, crea un ansia por saber cuál será el próximo giro de guión.
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