Crítica de TV: 'Justified' (Temporada 6 y final)

Raylan se despide por la puerta trasera 



Nota: 6

En los últimos años hemos sido testigos de lo complicado que resulta cerrar una serie, más, si cabe, si su calidad ha sido notable a lo largo de los años. Siempre nos vendrá a la mente el caso de Lost al hablar de finales controvertidos o temporadas que no supieron colgar el broche de oro que el público reclamaba. Luego nos podemos encontrar con catástrofes de menor o mayor tamaño, como Dexter, o haciendo más memoria Twin Peaks, con esa despedida que nos violó sin saber por dónde. No sólo es complejo dar ese punto final a una obra, sino haber conseguido perpetuar a lo largo de los años su calidad, como vimos en Galactica o, por supuesto, la más reciente, Boardwalk Empire. El caso que nos ocupa, no ha sabido, sin embargo, ni mantener el nivel, ni finiquitar una historia de manera triunfante. Justified venía de un año soporífero y muchos teníamos la sospecha que de la serie de FX ya no iba a levantarse de aquel golpe. En efecto, así ha sido.

Justified se había caracterizado por ser una serie que fue de menos a más, de un piloto que, aunque apuntaba maneras, no fue ni mucho menos una joya. Sin embargo, con el paso del tiempo, la ficción fue ganando enteros y seguidores en las redes gracias a su mesurado tono paródico del cine clásico y ese aroma a western que destila la tierra de Harlan. Timothy Olyphant, que nos había dejado como último recuerdo a aquel villano sin chispa en la entretenida La jungla 4.0, se volvía a calzar las botas y el sombrero, como ya hiciera en Deadwood, pero esta vez en la piel de Raylan Givens, quien sabía combinar el ingenio del Sargento de Hierro y el semblante del mismísimo Charles Bronson. Sin embargo, tras esa faceta de tipos duros que refleja cada personaje nacido y criado en Harlan, se oculta el drama de la mina, que les persigue como una sombra de la que no pudieran escapar.

Después de cuatro años triunfales, el cataclismo acabó llegando con el quinto. Una temporada cuyo mayor pecado fue el tormentoso aburrimiento al que nos vimos lastrados en una trama que nos recordó en exceso a los maravillosos Bennet, pero sin la emoción ni el clímax del que Justified siempre ha hecho su cualidad más destacable a lo largo de sus cuatro anteriores temporadas. Y es que, la serie de Graham Yost no puede vivir sin el ingenio de las palabras que escupen por la boca estos paletos de pueblo. Porque sí, Justified tiene parte de sátira, de un humor negro que hila muy fino al tiempo que se sirve de las bravuconadas de sus personajes que bien podrían hacer cameos junto a Stallone y companía en la trilogía de Los Mercenarios. Sin llegar a resultar un año malo, la temporada no ha sabido rayar al nivel de compases anteriores. El segundo y el tercer año, la ficción destiló plena energía a través de una tensión que iba incrementándose hasta que uno podía sentir la soga sobre la que pendían los protagonistas. Y eso es precisamente lo que se ha añorado enormente esta vez, esa falta de punch o tensión que tan bien esgrimían los guionistas para desbocarlo todo en los últimos latigazos de la temporada.


En el último baile estaba ya escrito que Boyd sería la acompañante de Raylan. La relación amor/odio de estos personajes se ha visto reflejada de forma especialmente bella en los últimos minutos, donde ambos se confiesan que después de todo, extraer carbón unidos hace que uno nunca olvide ese vínculo. Sin embargo, desde el primer minuto, Boyd representa la asignatura pendiente de Raylan antes de pasar a Florida, como si se tratara de un oasis donde el jinete nunca parece alcanzarlo, sobre todos después de escuchar repetidas veces la canción "you will never leave Harlan alive". Sin embargo, no se ha jugado con ese sueño roto, nunca ha existido esa mala sensación que condujera a Raylan hacia su propio funeral y es que, como decía el veterano Art, "siempre quedán osos por cazar" ante la terquedad de Raylan de no abandonar Harlan hasta finiquitar el asunto de Boyd.

Realmente, el mayor foco protagónico ha estado dirigido a la relación entre Ava y Boyd. Si el año pasado una de las mayores losas fue el exceso de protagonismo de Ava, éste no ha sido menos. Ya no es sólo que el personaje no sea consecuente consigo, sino que el hecho de que saliera de Harlan de una pieza resulta altamente inverosimil. Y es que, finalmente, Justified ha dotado a su final más de la "comedia" que le caracteriza, que del drama que también sostenía sus bases. Otro ejemplo claro es el de Catherine, quien, al igual que Ava, no sucumbe ante las sendas traiciones a sus allegados, desdibujando por completo a roles que se suponen deberían ser auténticos motherfuckers, ya que las fortunas no se cimentan bajo el perdón y la misericordia.


Por otro lado, hemos tenido al veterano Sam Elliott como villano recurrente de la temporada, incluidos sus esbirros, que han ido de menos a más. A pesar de la gran presencia del actor al que recordamos en el papel de narrador de El Gran Lebowski, el personaje se ha visto lacrado por una serie de sinsentidos argumentales que han terminado por difuminarlo. Nos presentaron al personaje de Elliott como alguien al que temer según la reacción de Boyd, sin embargo una y otra vez siempre ha estado por detrás de sus rivales y nunca ha supuesto una verdadera amenaza para ninguno de los protagonistas. Y lo que decíamos, es una pena que se desaproveche el talento de este actor que sólo con su porte ya nos tiene en el bolsillo. Sin embargo, sí ha habido un rol que ha sabido regalarnos auténticos momentos con el ADN Justified, Boon (Jonathan Tucker), un váquero tan paleto que ni conoce de la existencia del mismísimo John Wayne, pero si te cruzas en su camino, es mejor no mediar palabra con él. Su  encontronazo con Raylan en el último capítulo ha sido lo único capaz de sacarnos una sonrisa que en el último capítulo y hasta un gesto de preocupación ante la posibilidad de que, finalmente, Raylan no lograra salir de Harlan con vida.

En general, no ha sido una mala temporada. De hecho, ha resultado un pasatiempos ameno. Sin embargo, Justified aspiraba a algo más, perdurar en el recuerdo como una de las grandes, pero sus dos últimos años han la han condenado a la mediocridad. Su cierre ha carecido de la tensión y complejidad emocional de la que hacía gala la televisiva en su etapa media y ha abusado de su faceta de falsa comedia. El final, con Boyd y Raylan dedicándose un gesto de cariño a través del cristal de la penitenciaría ha sido hermoso, pero no seamos hipócritas, queríamos sangre y necesitábamos drama. En Harlan, las historias con final feliz son las únicas que no se han escrito, o al menos eso creíamos, con personajes que disparaban y después preguntaban. Y de haber un ganador, ese ha sido, sin duda, Wynn Duffy, el superviviente por definición que añoraremos junto a, por supuesto, las bravuconadas de Raylan Givens, a quien, a pesar de sus traspiés, no olvidaremos.

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