Crítica de TV: 'Californication' (final de serie)

Despedimos al hombre que fue capaz de eclipsar a Fox Mulder


Se terminaron las noches salvajes, los flirteos casuales y las crisis creativas para Hank Moody, por lo menos ante nuestros ojos. Finalmente, la cadena Showtime puso fin a la serie protagonizada por David Duchovny tras 7 años de andadadura. Siete temporadas a las que no hace falta mirar con perspectiva para darse cuenta de que han sido excesivas, pero que igualmente nos han regalado momentos únicos sobre una de esas vidas que muchos quieren vivir sin ser conscientes de las consecuencias que acarrean. Porque Californication siempre ha ido sobre las aventuras de un escritor canalla, sin problemas reales de subsistencia o autoestima, pero eternamente atormentado por su propia onda expansiva; del cambio del orgullo a la decepción en la mirada de una niña que antes te llamaba papá y que ahora se refiere a ti por tu nombre de pila; de las mariposas en el estómago de esa mujer tan enamorada como determinada a mirar hacia delante, perfectamente consciente de qué es lo que más le conviene; o, en definitiva, de la conquista del amor a pesar de los obstáculos que nosotros mismos creamos cuando no nos dejamos querer o no sabemos cómo devolver lo recibido. Y de sexo, mucho sexo, claro.

Mucho ha llovido ya desde aquella primera y perfecta temporada de Californication, donde conocimos a Hank "Motherfuckeeeeer" Mody y a su mundo onanista, al pajillero de Charlie, a la inquieta Marcy y a las angelicales Beca y Karen. Como recordaréis, aquella primera entrega finalizaba de forma inmejorable, con ELLA abandonando a su inminente marido por Hank en un arrebato tan romántico como salvaje. Porque esta pareja estaba condenada desde un principio a permanecer juntos, el final de la serie que acabamos de disfrutar tampoco ha diferido demasiado de aquella primera conclusión, dejándonos por el camino un recital de aventuras tan divertidas como realmente innecesarias, que inevitablemente han confluido en el mismo punto.



Durante al menos 4 años, asistir a los desvaríos y peripecias de Moody fue más que suficiente para mantener el interés del espectador por mucho que, como decimos, su argumento no evolucionará un ápice. Y es que no sólo estamos hablando de uno de los personajes más magnéticos que nos ha regalado la pequeña pantalla durante los últimos años, sino que su contexto y circunstancias también han estado siempre a la altura de los grandes. Tanto su aura de escritor pendenciero, a caballo entre el Heminghway moderno y el Bukowski de pasarela, como sus aventuras propias de un Don Juan contemporáneo, se han convertido en un reflejo que incluso haría palidecer de envidia al mismísimo Don Drapper. Todos queremos ser Hank Moody: ligar en el supermercado vestido con la ropa de ayer y de resaca, coquetear con actrices, stripers y cantantes sin apenas esfuerzo y disfrutar de las fiestas más salvajes que ha conocido la pequeña pantalla desde que se despidieran los chicos de El Séquito.

Por desgracia, hasta la noche más trepidante encuentra su final al salir el sol, y la última temporada de esta tragicomedia ha reflejado esa escasez de ideas e inventiva que se empezó a notar en su cuarto año y de la que siempre adolecen las series de Showtime en su afán por estirarse (Weeds o Dexter nos sirven como ejemplos). Si las tareas secundarias del histriónico Atticus ya rechinaban en la entrega precedente, este año hemos encontrado varios focos del desastre. Por un lado, los guionistas han abusado en exceso de un buen personaje como era el productor Stu hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo (y de Robert Redford en Una Proposición Indecente), así como de esa parodia del star system a cargo de un cada vez más teatrero Rob Lowe.


Por el otro, en la última temporada también nos hemos encontrado con una de esas decisiones de imposible digestión: El hijo sorpresa. Sencillamente, no se puede introducir un personaje tan relevante como un nuevo vástago de Hank en la última temporada por mucho que su madre cuente con la exuberancia y talento de Heather Graham. Por lo menos, tanto Goldie (Mary Lynn Rajskub, la eterna Chloe de 24) como el productor y guionista Rick Rath (Michael Imperioli, de Los Soprano) han traído cierto aire fresco del bueno, descongestionador y con visos de aportar realmente algo de sustancia entre tanta idea desesperada.

No es ningún secreto que el periplo de Moody, desde el submundo de la escritura rebelde hasta el teatro, la música, el cine y la televisión, pasando por las aulas universitarias, ha vivido unos cambios de escenario imposibles en pos de la variedad y con la intención de huir del estancamiento. El problema es que, sencillamente, él y sus circunstancias nunca han variado, lastrando paulatinamente el argumento central de la serie hasta un alarmante punto muerto, de esperada conclusión además. Incluso los guionistas han querido jugar con nuestras expectativas en uno de los episodios finales, cuando Karen sufría un accidente de tráfico y nos preguntábamos si sería posible que Hank acabara sus días como un viudo atormentado. 



Por desgracia, ese golpe dramático tuvo las mismas consecuencias que cualquiera de los hechos precedentes en la serie; es decir, ninguna. La solución final pasaba por poner un discurso romántico y pasteloso en boca del hombre que escribió Dios Nos Odia a Todos, ante el espanto y vergüenza ajena del respetable. Menos mal que Californication siempre se ha tomado muy poco en serio a sí misma, tanto como el propio Hank a su agente Charlie, y es imposible que todo ese cúmulo de malas decisiones sea el sabor de boca con el que nos quedemos al final. En cambio, sí que echaremos de menos esas puestas de sol californianas sobre el capó de un porche destartalado, con nuestro chupatintas favorito disfrutando de un cigarro al mismo tiempo que saluda al nuevo día y a las experiencias que traerá consigo, mientras a buen seguro olvida una cita con alguna de las mujeres de su vida. Porque a Hank Moody se le perdona todo, incluso una ultima entrega para el olvido.

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