El cine
independiente no ha muerto, después de todo
Lo mejor: puede resultar maravillosa
si te dejas atrapar.
Lo
peor: no estamos educados para este tipo de cine, lo que de entrada puede provocar
una alergia colectiva.
Cualquiera que preste un mínimo de atención al palmarés de
los festivales de cine independiente puede llegar a la misma conclusión sin
demasiado esfuerzo: la devaluación consciente o inconsciente de este tipo de
cine pasa por haberse quedado estancada en una espiral autocomplaciente. Los
festivales de cine indie ya no son lo
que eran y sus principios se han derretido en pos de propuestas de final amable. Además, la tendencia a la comedia dramática naive
e inofensiva acechando constantemente a la vuelta de la esquina no hace sino
echar por tierra las bases de este género ya tan gastado. Se han saltado a la
torera las premisas que escupían en sus inicios – si es que alguna vez las
tuvieron y no surgieron únicamente como respuesta automática al cine más comercial.
Si los Independent Spirit Awards y Sundance son hoy en día sus máximos
referentes, no hay mucho a lo que aferrarse. Las productoras han optado por
dejarse tentar por el mismo elemento que las majors: los beneficios económicos.
En medio de todo este barullo y confusión de etiquetas
mal puestas, surge la segunda propuesta de Shane
Carruth, un cineasta que – como no podía ser de otra manera – tarda diez
años entre una peli y otra, pues obviamente no tiene a muchos dispuestos a
financiarle las maravillosas ideas que rondan por esa cabecita de matemático. Para poner a
los despistados en antecedentes, S. Carruth
es como el hombre orquesta pero en el cine. Su condición polifacética (y el
bajo presupuesto) le convierte en un realizador ágil que dirige, escribe, protagoniza,
monta y compone la banda sonora de sus filmes. También es el responsable de Primer, una cinta compleja de viajes en
el tiempo, una delicia de ciencia ficción como dios manda que no subestima al
espectador con romances de por medio ni con explosiones de coches para amenizar
el espectáculo y de paso ahorrarse las explicaciones científicas. Su corta
filmografía requiere esfuerzo y no trata al espectador como si estuviese en
primaria; lo que evidentemente juega tanto a su favor como en su contra. Su
cine es complejo, te zarandea. Muchos pensarán que una sola película no es
suficiente para concederle a Upstream
Color la paciencia que requiere. No
se les debe hacer caso. Son unos insensatos.
Upstream Color dedica su primera media hora a una intriga de tintes conspiranoicos en los que asistimos al secuestro de Kris (Amy Seimetz), la protagonista femenina, en su propia casa por un desconocido, quien introduce en ella un organismo inmortal en forma de larva, que la deja en una especie de trance hipnótico y completamente sumisa a las instrucciones de este hombre. Para evitar que este efecto se desvanezca, encomienda a Kris tareas mecánicas, entre ellas copiar fragmentos de Walden, de Henry David Thoreau, detalle de peso en el conjunto del filme. Eventualmente, Kris conocerá a Jeff (Shane Carruth) y conseguirá que le extraigan la larva del cuerpo, que pasará a habitar otro organismo, por medio de una cadena de acciones intuitivas y no planeadas, llevadas a cabo por diferentes personas (en principio no relacionadas entre sí).
Upstream Color dedica su primera media hora a una intriga de tintes conspiranoicos en los que asistimos al secuestro de Kris (Amy Seimetz), la protagonista femenina, en su propia casa por un desconocido, quien introduce en ella un organismo inmortal en forma de larva, que la deja en una especie de trance hipnótico y completamente sumisa a las instrucciones de este hombre. Para evitar que este efecto se desvanezca, encomienda a Kris tareas mecánicas, entre ellas copiar fragmentos de Walden, de Henry David Thoreau, detalle de peso en el conjunto del filme. Eventualmente, Kris conocerá a Jeff (Shane Carruth) y conseguirá que le extraigan la larva del cuerpo, que pasará a habitar otro organismo, por medio de una cadena de acciones intuitivas y no planeadas, llevadas a cabo por diferentes personas (en principio no relacionadas entre sí).
Esta trama inicial – que poco tiene que ver con el resto
de la cinta - se revela como una excusa para exponer que tras la consciencia de
que hay una parte del ser que no es tangible, se llega a un nivel de
entendimiento humano que se manifiesta con un lenguaje universal no empírico
sino sensorial; y un vínculo fomentado por el sentido de comunidad (cuando cada
persona que ha sufrido eso, se dirige hacia los cerdos por pura intuición).
Tanto los protagonistas como los demás sujetos que han pasado por ese trauma parecen
conectados y vulnerables a los mismos estímulos. Shane Carruth apela a un idioma universal que está muy por encima
de lo perceptible y ha de encontrarse mediante una experiencia traumática. Como
una especie de ciclo vital forzado que se les impone a ciertas personas, cuyo
fin parece ser que el hombre no debe olvidar sus raíces ni lo que supone vivir
en comunión con los recursos de la naturaleza. De ahí la importancia de Walden. Una experiencia mística a través
de la naturaleza que indica que nuestra conducta puede estar predeterminada (por
la naturaleza).
No deja de resultar curioso que un matemático como Shane Carruth se haya ido tan lejos de la ciencia para ‘defender’ una posibilidad de entendimiento universal entre la humanidad. Meticulosa y científica como era Primer a la hora de explicar los entresijos de los viajes en el tiempo, Upstream Color aparca las teorías lógicas y racionales y se decanta por un contenido etéreo donde predomina lo simbólico. Así, despunta con un montaje desordenado que sugiere la inestabilidad de la relación que se establece entre la pareja protagonista y una estética que se adecúa perfectamente a la historia que pretende transmitir. Lo que por otra parte, no quita para señalar que uno de los talones de Aquiles de este filme – si bien yo diría el único – es lo críptica que puede llegar a ser. Es una de esas cintas que le sacan a uno de su zona de confort; con lo que sólo queda confiar en que signifique algo para los espectadores que estén dispuestos a pasar por esa experiencia.
No deja de resultar curioso que un matemático como Shane Carruth se haya ido tan lejos de la ciencia para ‘defender’ una posibilidad de entendimiento universal entre la humanidad. Meticulosa y científica como era Primer a la hora de explicar los entresijos de los viajes en el tiempo, Upstream Color aparca las teorías lógicas y racionales y se decanta por un contenido etéreo donde predomina lo simbólico. Así, despunta con un montaje desordenado que sugiere la inestabilidad de la relación que se establece entre la pareja protagonista y una estética que se adecúa perfectamente a la historia que pretende transmitir. Lo que por otra parte, no quita para señalar que uno de los talones de Aquiles de este filme – si bien yo diría el único – es lo críptica que puede llegar a ser. Es una de esas cintas que le sacan a uno de su zona de confort; con lo que sólo queda confiar en que signifique algo para los espectadores que estén dispuestos a pasar por esa experiencia.
Hay pocas cosas de las que uno tiene la certeza tras ver la filmografía de Carruth. Pero dos son seguras: Una es que sus películas requieren más de un visionado; otra es que estamos ante cine de autor genuino. No es cine para todos los públicos. Su naturaleza singular capacita a este filme para despertar tanta adoración como rechazo. Upstream Color es un drama sensorial desconcertante que desprende una autenticidad malickiana. Su director no proporciona respuestas pero sí pistas que va plantando a lo largo del metraje para que los espectadores busquen y unan las piezas a su antojo como un puzle caprichoso. Con un estreno comercial limitado, su director es bien consciente de la poca vida y posibilidades en taquilla de su obra más allá del marco de los festivales, aunque no parece interesado en los beneficios económicos. Shane Carruth ha viajado desde el pasado hasta hoy en la máquina del tiempo que inventó hace diez años en Primer para ver nuestras reacciones con Upstream Color. Aunque yo diría que nuestra opinión le importa un bledo.
1 COMENTARIOS:
Bueno. Yo el 7 lo veo un poco exagerado. Sobre todo si comparamos esta con Primer. Porque claro, 'Primer' es bastante mejor, más digerible y con un planteamiento menos etereo; con más sustancia. Por cierto, respecto a la estética creo que aquí Carruth se ha pasado en lo indie: sucesiones de planos detalle, filtros de color... Al menos eso recuerdo, y he de decir que me parece cargante.
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