Nota: 5
Lo mejor: Stallone, aún en plena forma e intentándolo sin descanso.
Lo peor: el personaje de
Schwarzenegger y ver a Sam Neill en papeles de mierda como éste.
Es bastante probable que
la historia recuerde en igualdad de condiciones a Sylvester Stallone y Arnold
Schwarzenegger, ambos poseedores de una pareja de papeles inmortales a la vez
que protagonistas de decenas de ejercicios tan entretenidos como redundantes y hasta culpables, rubricados
con la misión única de apuntalar su posición alterna como reyes del género
mamporrero. A pesar de ello, para los
que hemos vivido su apogeo, caída y actual resurrección, Arnie siempre contará
con un plus de fiabilidad que ni el Oscar ganado por el guión de la primera
entrega de Rocky o sus incursiones en la dirección pueden conceder a su
compañero. Porque el ex gobernador siempre ha elegido con más inteligencia los
proyectos en los que participaba, recalando de vez en cuando en joyitas
aisladas como Depredador, Desafío Total o Mentiras Arriesgadas, mientras la
morralla se acumulaba en la filmografía del potro italiano, siempre encantado de retomar con dignidad a sus personajes más ilustres. Por eso Plan de Escape
no da la talla, porque en realidad se trata de una película de Stallone en la
que, porque pasaba por ahí, aparece Schwarzenegger, y no el vis a vis
carcelario y definitivo que nos deben desde hace 30 años.
Para ser sinceros, la
premisa de Plan de Escape tiene algo más de miga que las que suelen protagonizar
los sicarios atribulados o asesinos despiadados a los que encarna habitualmente
el protagonista de Una Bala en la Cabeza. Aquí Sly da vida a Ray Breslin, un
experto escapista dedicado a probar las instalaciones penitenciaras más seguras
de Estados Unidos, que acepta encerrarse en una misteriosa prisión, realizada con
fondos privados y a la que van a parar políticos corruptos, capos de la droga
traicionados y ex agentes secretos, entre otros peligros potenciales para la estabilidad mundial. La principal característica del lugar consiste en una fabricación de las celdas en cristal, simplemente porque queda bastan bien en un plano general, además de una ubicación desconocida, que impide planificar una extracción en condiciones. Para complicar aún más las cosas, el presidio está dirigido por el mismísimo Jesucristo (Jim Caviezel), que resulta ser fan del trabajo de Breslin y
ha construido la prisión evitando especialmente las fisuras de las que se suele
servir el protagonista para fugarse.
Aunque, como decimos, su
punto de partida no esté mal del todo, la cosa ya empieza a oler en el prólogo,
centrado en la última huida del protagonista de una cárcel regular. La fuga está plasmada de
forma bastante tosca y poco inspirada por el discreto realizador Mikael Hafstrom (Sin Control, El Rito), aficionado a las cortinillas y al clasicismo más espartano en general, que se sirve de
recursos con muy poco mérito para justificar la escapada (como celdas de
aislamiento que les ofrecen a sus inquilinos la posibilidad de acceder al panel
de control). Por lo menos, para hacer tiempo durante el primer acto, el
protagonista no tiene reparos en explicar paso por paso cómo lo ha hecho,
prometiendo la misma claridad y transparencia para la huida definitiva que está por
venir. Es una vez que Breslin acepta el trato y es trasladado a las
instalaciones de marras cuando entra al tablero el jugador encarnado por
Schwarzenegger, que no es el monitor del gimnasio de la cárcel, sino un preso de máximo
valor, y también el momento en el que todo se empieza a ir al carajo definitivamente.
Ambos titanes, antaño
moldeados en testosterosa sólida y a día de hoy algo más pellejudos (uno más
que otro), apenas tardan 5 minutos de metraje en partirse la cara desde que sus
personajes se conocen, con el consiguiente y esperado resultado en tablas, aunque satisfaciendo el instinto más primario del espectador potencial de Plan
de Escape. El problema en esta anunciada reunión reside en un elemento tan
crucial como es la manera en la que ambos roles establecen su relación, con
Breslin recién llegado a la prisión y el personaje de Arnie, que lleva 6 meses
encerrado, siguiéndole a todos lados como si fuera su perro faldero, a punto de
agarrarle el bolsillo del pantalón por fuera (al más puro estilo T-Bag). Más allá de futuras explicaciones
rocambolescas que ofrece el guión para llenar este tipo de lagunas, la
persistencia del personaje de Arnie por entablar amistad con Breslin resulta
cansina, forzada y, sobre todo, indigna del intérprete que la está articulando. El
guion del debutante Miles Chapman juega tan mal con las claves del personaje que incluso acaba
intoxicando a la verdadera historia: la maldita fuga.
Porque si Escape Plan
fracasa estrepitosamente en el desarrollo de cualquier personaje que no sea el
de Stallone, bien sea el imperturbable alcaide al que da vida Jim Caviezel (Person
of Interest, La Pasión de Cristo), el ejecutivo sin escrúpulos encarnado por Vincent D´Onofrio, o el intrascendente doctor con los rasgos de
Sam Neill, donde verdaderamente decepciona es en la articulación de la esperada
fuga final, en la que las casualidades y las conveniencias del guión juegan un
papel tan crucial como el rotulador para las cejas en el look de Stallone.
Varias trampillas estratégicamente colocadas, un puñado de guardas de seguridad
que tienen los monitores de adorno y el desaprovechamiento
supremo de la tecnología más puntera –los drones traen el desayuno pero no
patrullan-. Después, Plan de Escape no se desvela por ningún lado como el dueto de lujo que nos habían prometido y sí como una oportunidad de oro desaprovechada, disfrutable sólo para el que perderse a estos dos iconos salvando el día a las puertas de los 70 no sea una opción.
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