Crítica de TV: 'Fringe' (temporada 5 y final)

Cuando el último sabor de boca no es lo que importa


Nota: 6,5

Hablar del final de Fringe no es fácil. No resulta nada sencillo ofrecer un análisis objetivo de la última temporada de la serie de FOX por muchos motivos -que intentaremos desgranar en este artículo-, pero principalmente porque no ha sabido estar a la altura de su legado. La quinta entrega, sin que la podamos calificar como una mala temporada, sí ha sido la peor de todas y, aunque no se puede negar que ha cumplido su función de cierre con gran dignidad, también ha sido la menos emocionante e imaginativa. Una conclusión totalmente inmerecida para una serie que supo rescatar la fórmula de Expediente X y llevarla un poco más allá creando una mitología propia, pero que no ha sabido rematar su tramo final con la solidez suficiente como para entrar en el olimpo televisivo. Por lo menos en este universo. 

El análisis de la última temporada de Fringe y nuestras reflexiones sobre el legado de la serie, todo junto y revuelto, tras el salto.

Fringe va a ser recordada por muchas cosas más allá de la comparación con la ficción protagonizada por Mulder y Scully que todos hicimos en su primera temporada y que incluso en la propia serie, durante un episodio de la segunda entrega, se atrevieron a homenajear. Uno de esos factores tiene que ver con un fenómeno tan simple desde la perspectiva del fan como difícil de entender en términos empresariales. Me refiero a su permanencia en antena durante 5 años a pesar de mantener una audiencia media por debajo de la mitad de lo que FOX exige a sus series antes de desenvainar la guillotina. Hay quien habla de presiones por parte de un productor fan confeso de la serie, o de presupuestos más cercanos a los de las ficciones por cable que a las emitidas en las cadenas generalistas. Puede que haya algo de verdad en ambos motivos, pero si Fringe ha conseguido llegar al lustro de vida ha sido principalmente porque se lo merecía. Porque existe cierta lógica dentro de cada aficionado al mundillo televisivo que demanda continuidad para productos de probada calidad que no cuentan con el respaldo del público, como Deadwood, Boss o Roma, y alguna vez tenía que hacerse justicia. En FOX, coincidendo con una de sus épocas más flojas en cuanto a la calidad de sus ficciones, fueron conscientes de ello, del prestigio que ganaba su parrilla simplemente por emitir esa serie que se las veía para reunir a cuatro millones de personas frente al televisor.

Ese reconocimiento del que os hablo, a diferencia de lo que se venía entendiendo hasta ahora, no se ha visto reflejado en premios o grandes alabanzas de la crítica sesuda. Fringe se emitía en televisión, cierto, pero se vivía en Internet. Al igual que sucedió con la tercera serie de J.J. Abrams, Lost, el relato fantástico protagonizado por Olivia y compañía se vio impulsado por la comunidad online gracias a las redes sociales y a las webs y blogs especializados, por no hablar de las descargas. Esa base fan ha sido tan contundente que en FOX no han tenido más remedio que hacerle caso. Por supuesto, esto no deja de ser un negocio y desde el canal nos han regalado lo justo, es decir, exactamente 100 capítulos, que es el número exigido en Estados Unidos para sindicar una serie poder vender sus derechos de emisión a otras cadenas. Es decir, para rentabilizar realmente Fringe.

Exacto, la redonda cifra con la que se han despedido Peter, Walter y Olivia no ha sido un acto casual ni la respuesta a una planificación matemáticamente exacta. FOX sólo necesitaba cien episodios y no estaba dispuesta a pagar por uno más, con lo que el equipo creativo de la serie se ha visto obligado a trabajar en su año de cierre con un formato que les era extraño y en el que no ha querido participar el que fuera showrunner durante sus cuatro primeras temporadas, Jeff Pinker. En este punto conviene echar la vista atrás, sobre todo a las temporadas 3 y 4, para recordar que los inicios potentes nunca han sido el fuerte de la serie. Fringe siempre ha mantenido una curva de tensión creciente, de enrevesamiento de sus tramas a un ritmo lento pero constante que solía explosionar pasado el ecuador del año. En la quinta temporada, ese ecuador ha sido el final. Pero no nos adelantemos.


Otro de los motivos que elevan a la serie creada por J.J. por encima de la media del género es su esfuerzo por labrarse una personalidad. Desde artimañas más o menos gratuitas como los símbolos entre escenas -que resulta que sirven para decorar puertas en universos personalizados-, pasando por auténticas obras maestras del marketing viral como introducir en tiendas el disco de una banda ficticia aparecida en la serie, hasta su poderosa mitología, Fringe puede presumir de ser una obra cultural bastante completa. Lo que comenzó como un procedimental con reminiscencias a la ciencia carente de moral de la Guerra Fría no tardó en desvelar sus cartas, ese elemento diferenciador y único, consistente en la existencia de otro universo idéntico al nuestro pero con ligeras diferencias. Otras producciones como Stargate o Salto al Infinito ya habían tocado el tema, pero nunca habíamos asistido a un desarrollo que abarcara tantas posibilidades en su propuesta. Por no decir todas.

Contacto entre dos versiones de una misma persona, universos que se fusionan, otros reiniciados e incluso diferentes versiones temporales de todos ellos. Los guionistas de la serie, a la vez que nos regalaban casos aislados con sus características propias, iban desgranando poco a poco la trama central hasta verse irremediablemente atrapados en ella. Sin salida. Porque aunque cueste admitirlo, en Fringe tampoco tenían un plan argumental a largo plazo. Por supuesto, aquí no estamos hablando de Perdidos, una serie que desde el comienzo fue un éxito de audiencia, contrayendo un mayor grado de responsabilidad si cabe. J.H. Wyman, el verdadero alma de la serie, no es que no se viera capaz de trazar las líneas generales de todo el recorrido de Fringe como han hecho recientemente Vince Guilligan (Breaking Bad) o Matthew Weiner (Mad Men), es que no le han dejado. La sombra de la cancelación ha sido una losa año tras año en la agenda de los guionistas de Fringe que, principalmente desde la tercera entrega, se han visto a trabajar como si no hubiera mañana. A darlo todo. Y es normal que el desgaste pase recibo en el auténtico final.


La season final del cuarto año, con Bell finalmente derrotado y la paz restaurada entre universos, parecía el escenario perfecto para poner punto y final a esa historia. Además, el barco-laboratorio propiedad del personaje de Leonard Nimoy se desvelaba como el origen de la mayor parte de los casos procedimentales que hemos visto durante a serie, otorgándole al conjunto de la obra, ya con todas las respuestas a la preguntas que nos había planteado sobre la mesa, una coherencia añadida muy de agradecer. Ya estaba todo el pescado vendido, que diríamos, cuando llegó a última hora la inesperada luz verde para una temporada de cierre. En ese punto sólo quedaba una baza argumental por explotar, los Observers, unos personajes cuyo principal atractivo ha sido siempre una presencia breve pero constante y un tremendo aire de misterio.

La decisión de apostar por una trama continua centrada en la invasión de estos humanos del futuro en detrimento de los procedimentales, sumado a la corta duración de esta entrega, ha logrado que en su temporada de despedida Fringe sea otra serie. Una especie de spin-off aleatorio, digno de protagonizar un episodio aislado o incluso un arco argumental como ya sucedió otros años, pero demasiado diferenciado de la idea matriz, más parecida incluso a una serie de resistencia contra alienígenas al más puro estilo V, con mártir incluido -Etta-. Además, la sobreexposición de los calvos, aunque inquietante al principio y siempre bien rodada, ha terminado provocando la pérdida de interés en su psicología y contexto, convirtiendo a los personajes en 'esbirros random' como ya sucedía con los agentes en las secuelas de Matrix.

Tampoco hay que olvidar cierto batiburrillo argumental que aún colea de años anteriores y que ha podido ser otra de las claves de la ausencia de emoción del final. Hablo de Walter y Olivia o, mejor dicho, de los Walter y Olivia que han llegado al episodio final, que no son los mismos con los que empezamos la serie, sino los que se encontró Peter en el universo reiniciado y a los que les han ido superponiendo los recuerdos de sus 'ediciones anteriores' con las carambolas narrativas más rocambolescas posibles.

Por supuesto, aún con todos los fallos y esa sensación general de extrañeza, la última entrega de Fringe también ha contado con buenos momentos como el asalto final al cuartel observer, cargado de guiños a la serie, o el arco argumental en el que Peter se introduce la tecnología del futuro y comienza a transformarse en uno de ellos. Su meticuloso plan para derrotar a Windmark y la presencia constante de saltos temporales en la trama nos dejaron un par de los episodios más resultones de la serie, aunque por desgracia durase mucho menos de lo que a todos nos hubiera gustado. Aún con todo, la forma en la que convencen al personaje para que se extraiga la tecnología, asegurándole que llegará a un punto en el que su nueva condición será irreversible, no encaja tras ver a September, un observer de nacimiento, comportarse como un humano más en su destierro.


En lo que se refiere a la conclusión en sí misma, en la que por fin se nos desvelaba el plan de Walter -cosas de científicos-, la fórmula por la que han optado responde al cierre definitivo, sin flecos, sorpresas ni cabida para las dobles lecturas. El plan funciona, Walter y el niño viajan a un futuro intermedio y evitan el surgimiento de la tecnología observer. En nuestro tiempo, la línea se vuelve a reiniciar pero sólo lo justo para que el único cambio sea el momento de la invasión, sin contar para nada ninguno de los actos que hemos visto protagonizar a estos seres durante estos cinco años, y situando a los personajes centrales exactamente en el mismo punto donde se encontraban antes del cambio: en el parque, disfrutando como una pareja normal de su hija pequeña y protagonizando una estampa de postal, idílica a modo de conclusión.

La única pregunta que arroja en sus últimos segundos tiene que ver con el tulipán que recibe Peter, enviado por Walter -que en ese momento seguramente esté colocándose en su laboratorio, ajeno a todo- desde otra línea temporal. Sin lugar a dudas, una paradoja imposible: la última carta de una serie juguetona donde las haya, marca de la casa J.J..


Así, entre un nuevo panorama que no ha terminado de cuajar y las mejores intenciones del mundo, las de ofrecer un producto coherente, Fringe se ha despedido de una forma mucho menos grandilocuente de lo esperado, sin rematar una obra destinada a ocupar un peldaño superior en el imaginario colectivo pero ofreciendo la solidez suficiente para que la serie en su conjunto, las cinco temporadas, puedan pasar a la historia con la cabeza alta. Episodios como White Tulip (2x18) o The Plateau (3x03) descansarán para siempre como ejemplos impecables de ciencia ficción en dosis reducida y la historia de esta serie quedará para la posteridad como un exponente de supervivencia en parrilla a base de calidad y respeto al fan, que tan bien nos viene en la era post Lost, Prison Break, El Séquito o House, por citar sólo a unos títulos recientes que terminaron abrazando la más absoluta mediocridad en sus depedidas.

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5 COMENTARIOS:

Anónimo dijo...

Igual no me enteré, pero, el observer había dicho
que la olivia tenía que morir sí o sí...

Anónimo dijo...

Y murio, la mato walter y luego le quito la bala. En el universo Fringe, una muerte no es cese de existencia.

Anónimo dijo...

Yo todavía no tengo palabras para describir el final... creo que ha sido... un golpe bajo. En el fondo incluso seguiré prefiriendo el final de Lost.

Manu, The Java Real Machine dijo...

La última temporada ha sido sin duda 'extraña', como bien dices parece más un spin-off que una temporada de la misma serie.

Metida con calzador, en ese capítulo de la 4ª, se nota que ha sido rodada deprisa, sin tiempo para contar la historia de otra forma más que metiéndonos de lleno en ella sin más.

Es lo malo de la Fox y similares, que no tiene tapujos a la hora de cargarse una serie... sea con su cancelación o, como en este caso, precipitando su resolución de mala manera.

Pasó con Lost, con esos episodios de relleno que terminaron abriendo incógnitas nunca resueltas que no aportaban gran cosa, y ahora lo han vuelto a hacer de nuevo.

Anónimo dijo...

Deja una gran enseñanza del amor infinito k siente los verdaderos padres por sus hijos:)

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