Marvel salvaguarda a los
mas pequeños de la Galaxia
Nota: 6,5
Lo mejor: una apuesta decidida por
el sentido del humor que funciona a la hora de fraguar el carisma de este inicio de franquicia.
Lo peor: una piel retro que no esconde un esqueleto mas infantil
que un crossover entre Pocoyó y Los Teletubbies.
No debería extrañarnos tanto que en Marvel, en su apuesta cinematográfica más
arriesgada, con el protagonismo de un puñado de personajes que no gozan del arraigo popular de Thor, Iron Man o El Capitán América, hayan decidido
apostar por confeccionar un juguete idóneo para los más pequeños de la casa, también
unos de los consumidores mas ávidos en nuestra galaxia. Para lograrlo, para crear el producto perfecto con el que los chavales de los próximos años puedan forrar sus carpetas escolares, la
compañía que tocara la fibra de todos los espectros demográficos con Los
Vengadores se ha hecho con el nombre de un director al que se le antojaba
algo más de mala leche, James Gunn (Slither: La Plaga, Súper), para que aplique un filtro personal, con las miras puestas en un tono retro general, en especial hacia la ópera espacial de los 70, sin que transpire nunca hacia un argumento de este siglo, que no haga desconectar a su audiencia
más adulta, en la que es la claudicación más clamorosa a la bandera
Disney que ondea a día de hoy por encima del logo de Marvel.
Sin esconder su talante de Han Solo de
segunda, la película se centra especialmente en Peter Quill "Starlord", un terrícola de
dudosa ascendencia que se gana la vida como forajido espacial. Tras un prólogo
que siembra algo de misterio en torno a la identidad de su padre, al más puro
estilo de las nuevas cintas de Spider-Man, el personaje no sale del esquema del
héroe desenfadado y socarrón que tan bien perfiló Ford no sólo en la saga galáctica por excelencia, sino también como Indiana Jones (lo que suponemos que es un éxito para Chris Pratt). Lo que parece que no han tenido en cuenta Gunn y la coguionista Nicole Perlman es que, en la ópera espacial de
George Lucas, Star Wars: Una Nueva Esperanza, el auténtico protagonista era la última encarnación de dilemas
mas profundos, de la lucha definitiva entre el bien y el mal por el correcto
equilibrio del universo, donde un tono general amable no era impedimento para que los golpes dramáticos que tiene toda gran epopeya sobrecogieran al espectador.
El resto de miembros de
los Guardianes no tardan demasiado en presentarse, todos tan funcionales en su recorte de silueta como predestinados a una evolución clara en su forma de pensar o relacionarse: ahí tenemos a Zoe Saldana cambiando su azul avatareño por el verde
de Gamora, una de las hijas adoptivas y algo bipolares del aún en la sombra
Thanos; así como a ese cruce entre Iñigo Montoya (La Princesa Prometida) y
Kratos (God of War) al que da vida un poco al límite el ex luchador de la WWE Dave
Batista, tan pesado con los discursos sobre vengar a su familia como contundente a la hora de repartir
sopapos. Desde su primera aparición, la pareja estrella del filme es la formada por Rocket
y Groot, dos personajes recreados con la mejor técnica digital, respaldados en
la versión original con las voces de Bradley Cooper y Vin Diésel, que son los
únicos que logran transmitir una relación real, compenetrada y hasta enternecedora entre tanta cara que nos suena conocida.
La unión de todos ellos
bajo el titulo de los Guardianes de la Galaxia pasa por evitar, cada uno con su
propias razones, más o menos fuertes, que una de las gemas del Infinito caiga
en poder de Ronan el Acusador, un extraterrestre de carisma bajo cero con
tantos problemas de rímel como de tolerancia. Movido por una venganza apenas
explicada, el villano pretende destruir la lejana Galaxia en la que se ambienta
la historia y después entregarle el artefacto de poder a Thanos (organigrama del mal, nivel Power Rangers), decidido a coleccionar los orbes -como ya vimos en una de las últimas escenas de Los
Vengadores- para fraguar un arma definitiva que no pillada por sorpresa a los
aficionados a los cómics. A partir de ahí, como si habláramos de un calco de lo
visto en Los Vengadores, El Capitán América 2: El Soldado de Invierno o en Thor:
El Mundo Oscuro, la compañía vuelve a fusionar su propia fórmula, colocando
todas las piezas necesarias para preparar una batalla final saturada, con
villano lacónico con más gruñidos y mohínes que frases de dialogo y una gran nave
espacial que resulte amenazadora sobre el cielo de una apacible ciudad: el ABC de los festines de palomitas.
Dado su talante de inicio
de saga o de primer acto encubierto, Guardianes adolece también de cierta saturación de
personajes, de una acumulación de peleles con el rostro de intérpretes más que
competentes al frente de roles tan planos como para merecer su propio hueco
entre los secundarios de esa otra ópera espacial tan vistosa como aún más fallida en tono: John Carter. El Román de Lee Pace se lleva la palma de
la intrascendencia, aunque tampoco quedan mucho mejor el esbirro al que encarna
el casi olvidado Djimon Hounsou, una Glenn Close tan estirada como nostálgica
de su Cruella de Vil o el sosías en Nova Prime del Agente Coulson al que pone
facciones un anecdótico John C. Reilly. Solo Michael Rooker, reconocible por su
Merle en The Walking Dead, logra robarle al quinteto estrella algunos minutos
de lucimiento, más por su buen hacer como el pirata espacial y padre adoptivo
de StarLord, Yondu, que por un interés legítimo por su personaje, con más horas
de maquillaje detrás que trabajo de guion. Por su parte, Benicio del Toro pagaba los mojitos durante el rodaje.
A la luz de sus buenas cifras iniciales, que ya han desembocado en la confirmación de su secuela, en Marvel parecen haber acertado al otorgarles más licencias de lo habitual a Gunn y Perlman a la hora de adaptar los cómics creados en 1969 por Arnold Drake y Gene Colan, posteriormente reiniciados y revisionados hasta la saciedad, hasta el punto en el que los personajes resultan más atractivos que nunca en su versión cinematográfica. No es menos verdad que Guardianes
de la Galaxia se acerca por momentos al cachondeo visto en comedias especiales
como La Guía del Autoestopista Galáctico, fundamentalmente gracias a un humor cómplice
y referencial bien medido. Es por su decidida condescendencia espiritual con el público menudo, con un mensaje tan insustancial como el de la búsqueda
de la amistad en un mundo universo que tampoco parece tan despiadado, que se queda incompleta en un panorama donde está más que demostrado que
la ciencia ficción luce mejor cuanto menos edulcorante se le echa encima. A
estas alturas, parece que el contexto político del que disfrutamos en el otro estreno Marvel de 2014, El Capitán América 2, es lo más
crudo que podemos esperar de Marvel, conforme con mantener la línea visual y
adrenalínica de sus proyectos entre la vanguardia del blockbuster, pero más
empeñada en vender happy meals que en aprovechar cada despliegue para traernos historias refrescantes.
En Guardianes, con sus personajes definitivamente despojados de cualquier factor nostálgico o de
justicia cinematográfica, todo queda reducido a un chiste disfrutable, capaz de
provocar unas carcajadas pero cuyo eco no perdurará demasiado en el espacio.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, que somos pocos y cobardes...