Crítica de cine: 'Una Bala en la Cabeza'

Hachazo en la memoria


Nota: 4,5

Lo mejor: Sly siempre le pone ganas.
Lo peor: el realizador Walter Hill, una leyenda del género, no es ni una sombra de lo que fue.

Resucitar los 80 en una saga tan divertida y mongola como Los Mercenarios tiene sus consecuencias. Por desgracia, no me refiero exactamente a la fiebre revival que se ha traslado en gran medida a la totalidad del género y que nos ha regalado divertimentos sin prejuicios como Machete, Furia Ciega o El Ultimo Desafío, sino a esa especie de legitimación que han adoptado las viejas glorias para seguir haciendo el mismo tipo de película de siempre, las de dos duros y pura fórmula, sirviéndose del momento dorado para retrasar más que nunca el clamoroso destino videoclubero del título en cuestión. En el caso de Stallone, más allá de Rockys, Rambos y algún acierto ocasional como Cop Land, esta estrategia ya le condenó al ostracismo en los 90 tras encadenar títulos como El Especialista, Asesinos o el remake de Get Carter que, por mucho que nos pese, son realmente los auténticos primos-hermanos sacados de otra época de Una Bala en la Cabeza.

El principal problema de esta adaptación del cómic francés -que no me he leído- Du Plomb Dans la Tete, es que se niega a asumir que la audiencia ha evolucionado durante los últimos 25 años y ofrece no un homenaje, un puñado de guiños o cierto sabor de los 80, sino una película que parece sacada por completo de aquella década. Y no precisamente una de las mejores. Una Bala en la Cabeza es ese batiburrillo de tipos duros, mafiosos de medio pelo y chistes sobre asiáticos al volante que has visto una y mil veces contado sin ningún virtuosismo por esa leyenda en clara decadencia que es Walter Hill (The Warriors, Danko: Calor Rojo), que ni acercándose a la fórmula de uno de sus mejores trabajos, Límite 48 Horas, logra recuperar un atisbo del ritmo y complicidad con la que contribuyó a afianzar un subgénero tan recurrente como el de las buddy movies


En esta ocasión, los colegas forzosos son un sicario veterano (Sylvester Stallone) y un joven policía de otro estado (Sung Kang, visto en A Todo Gas 5 y Ninja Assassin) que se ven obligados a dejar un reguero de sangre en las calles de una muy poco explotada Nueva Orleans para descubrir quién ha asesinado a sus respectivos compañeros. La trama tiene su desarrollo y los giros de guión se suceden con la misma velocidad con la que los personajes secundarios se van sustituyendo unos a otros, pero la acumulación de clichés es tan apabullante que al final todo se reduce a esperar que Stallone y el chino se queden solos en pantalla sobre una montaña de carne. Además, el proceso no es especialmente divertido, más bien rutinario, y ni los oneliners tienen la más mínima gracia ni las escenas de acción están resueltas con especial pericia. Si acaso merece una mención especial la pelea final, hachas en ristre, entre Sly y ese otro bigardo llamado Jason Momoa dando vida a la versión trajeada de Khal Drogo, más que nada porque resulta complicado recordar cualquier otro momento concreto del filme (del plagio a la secuencia de la sauna de Promesas del Este mejor ni hablamos). 

Lo peor de todo es que entre el clasicismo del antihéroe trágico americano que destila el personaje de Stallone y la rectitud moral de la que hace gala el de Kang, siempre vestido como el protagonista de cualquier película del John Woo ochentero, se podía haber extraído un contraste entre culturas, entre distintas formas de entender el género, bastante resultón y agradecido. Por desgracia, es Stallone el único que parece tomárselo en serio, recitando los gruñidos de siempre como si fuera la primera vez mientras no duda en presumir de un estado de forma tan apoteósico que hasta nos hace olvidar que su cara se parece demasiado a la de un Hulk de chocolate que se ha pasado demasiado tiempo al sol. Son sus contundentes guantazos y la frialdad al gatillo de la que sigue haciendo gala el veterano intérprete a sus 66 años las únicas excusas para otorgarle un visionado al filme, por mucho que la colaboración con Hill prometiera un espectáculo a la altura.


En definitiva, Una Bala en la Cabeza es gratuitamente violenta, machista, racista y bastante facha, pero del modo en el que lo eran las películas en los 80, cuando todo eso no importaba siempre y cuando el héroe fuera realmente un pobre diablo encargado de traer el infierno a la tierra para aquellos que le han tocado los huevos asesinando a su mejor amigo, destrozando su casa, secuestrando a su hija o todo al mismo tiempo. Para esos malditos está reservada la venganza en el sentido más tradicional del género, cuando el protagonista dispara antes y pregunta después, ya sea porque es un cabrón más frío que el hielo o porque realmente no tiene nada ingenioso o nuevo que decir, como es el caso. 

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