El culebrón de las buenas intenciones
Nota: 6
Lo mejor: el reparto.
Lo peor: la exageración de la trama.
Cuando
tratamos de trasladar una historia de un formato a otro, hay que tener
muy en cuenta un principio básico y obvio: no es lo mismo. Es evidente,
pero a veces da la sensación de que Hollywood y el cine en general olvidan esa idea fundamental a
la hora de adaptar sus relatos a la gran pantalla, bien sea la fuente de inspiración una
novela, un cómic o, en este caso, una obra teatral. No es una tarea
sencilla, amigos, y ejemplos de fracasos en ese intento por versionar
narraciones los hay a patadas, como The Host en el caso literario o Linterna Verde en el ámbito de las viñetas, por citar algunos ejercicios recientes. Agosto pertenece a la última categoría, la del teatro, un
avalado melodrama ganador del premio Pulitzer -que también cuenta con su
adaptación literaria- cuyo autor, Tracy Letts, presta sus
servicios en la confección del guión cinematográfico, sin disimular nada
que el tipo se mueve entre bambalinas y no entre cámaras, plasmando así
una trama con escenas y situaciones exageradas y turbios embrollos
familiares que la convierten más que en una película, en una telenovela
en la que los halagos van dedicados casi en exclusiva hacia los miembros
del elenco, sin ignorar cierta maestría en la dirección.
Desgraciadamente, las fórmulas que funcionan a las mil maravillas en un
medio, no pueden ser válidas en la misma medida en el otro y su
inclusión no es sólo achacable al dramaturgo, sino que también tenemos a
un realizador que, aunque acertado en la forma, no ha sabido orientar
del todo el film hacia una vertiente más propia del séptimo arte, porque las intenciones de John Wells son buenas y eso se denota en una atmósfera y unos planos verdaderamente loables; sin embargo, el responsable de la pasable The Company Men (crítica aquí)
se deja llevar demasiado por su compañero chupatintas y el resultado se
presenta como un híbrido que aunque lo intenta, no termina siendo del
todo convincente.
Al
menos, más persuasivo resulta el enorme reparto del que se rodea la
cinta, máximo valor de la misma al contar con intérpretes de gran
prestigio y talento que llevan el nombre de Ewan McGregor, Benedict Cumberbatch, Sam Shepard, Chris Cooper o Juliette Lewis, aunque las verdaderas estrellas en este circo de bestias, por el mero hecho de ocupar más minutos en pantalla, son Meryl Streep y Julia Roberts,a pesar de que la primera corre el
riesgo de parecer sobreactuada para muchos espectadores, que verán más
brillante el trabajo de los secundarios, más comedidos en sus
respectivos roles.
Los roles tratan de desenvolverse en una historia sobre una familia
desestructurada de un pequeño condado de Oklahoma. El clan se ve
obligado a reunirse tras la desaparición del patriarca (Shepard),
lo cual más que en un apacible encuentro, se traducirá en un infierno
que llamea rencores, reproches, turbios secretos y trapos sucios, a lo
que se añade el cáncer y la adicción de la figura materna (Streep)
a las pastillas, una tendencia que torna a la mujer mentalmente
inestable y, en ocasiones, insoportable, hasta el punto de ganarse el
desprecio de su descendencia y allegados, que además de tener que
aguantarla, adolecen de sus propios problemas. Con esta línea argumental que abarca en mayor medida el género dramático y relega la sátira a un segundo plano, ya podemos ir avanzando que Agosto no gustará a toda la audiencia, sólo a aquélla dada a la intensidad trágica y reflexión que requieren este tipo de prácticas fílmicas, alejadas de la acción y la adrenalina, no así al menos de una tensión que encuentra su origen en un ambiente familiar agresivo y en unas relaciones parentales excesivamente dañinas.
La existencia de Agosto
no molesta especialmente, pero su visionado tampoco aporta nada al
margen de un reparto de lo más disfrutable y un atisbo de talento en
cuanto a la labor direccional de su realizador. En resumen, asistimos a
un culebrón con brillantes interpretaciones que peca de contener unos giros de guión demasiado teatrales
cuyo exceso melodramático no conviene nada a la versión cinematográfica
de una historia que quizás hubiera sido mejor reservar sólo a los
escenarios, donde tiene más premios a los que optar que en la próxima ceremonia de la Academia.
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