Nota: 6
Lo mejor: si Denzel Washington ya está impecable sin esforzarse, imaginaros de lo que es capaz con un poco de empeño.
Lo peor: va de más a menos de una forma impresionante.
106 pasajeros esperan a que
su vuelo despegue de una vez por todas. El retraso tampoco sorprende a nadie
dado el tiempo que hace, una de esas tormentas difícilmente olvidables. El
avión finalmente se despide de la pista y recibe las primeras sacudidas.
'Abróchense los cinturones. Hoy no ofreceremos servicio de bar' comunica el
piloto al pasaje. Su voz suena tranquila y relajada. Normal, acaba de compensar
los efectos de las rayas de cocaína que ha esnifado esa mañana tomándose tres
botellas de vodka del minibar. El desastre no tarda en llegar y la aeronave se
rinde al mal tiempo. Como si hubieran activado un resorte en su interior, el
capitán despierta de su ensoñamiento etílico y reacciona instintivamente a cada
bandazo del avión. El piloto se fusiona con la máquina y responde a cada uno de
sus movimientos, arbitrarios y violentos, con órdenes precisas y claras.
Azafatas, pasajeros, el copiloto... Todo el mundo está muerto de miedo. Él no.
Bastante tiene con salvarles la vida a un centenar de personas sin que se le
note el pedo. Además, es el jodido Denzel Washington de quien estamos hablando.
De buenas a primeras, un prólogo en el que en apenas diez minutos nos
han descrito a la perfección la peligrosa rutina del personaje protagonista, un
piloto que en la era post 11S infringe deliberadamente todas las normas de
seguridad que están en su mano, es un soplo de aire fresco para el que esperara
del nuevo trabajo de Robert Zemeckis uno de esos dramas vacíos con la única
misión de conseguirle algún premio a su protagonista. Pero es que además esa
presentación colosal viene rematada por LA ESCENA, uno de esos momentos en los
que un director y un intérprete dan lo mejor de sí mismos para construir un
instante de cine en estado puro. En el caso de El Vuelo se trata de la
secuencia que da título a la película: el viaje inicial que comienza con unas premonitorias turbulencias y finaliza con el accidente que abre el argumento del
filme. La tensión, el drama y la sorpresa se dan la mano en cinco minutos
agónicos que nos demuestran lo equivocados que estábamos al creer que ya lo
habíamos visto todo en cuanto a catástrofes aéreas en pantalla grande (la última memorable, el falso plano secuencia de Señales del Futuro). ¿El problema? Que a partir
de ahí El Vuelo sí es la película que esperábamos y no se vuelve a salir ni un
segundo del redil. Ni uno solo.
Lo que se las promete como un litigio a cuchillo entre la aerolínea y el piloto
en la búsqueda de responsabilidad por el accidente no tarda en diluirse en la historia de demonios personales que habitan en el fondo de una botella que hemos visto una y mil veces.
'Ahora decido no beber'. 'Ahora me pongo hasta el culo'. Entre esas dos líneas
vacila el discurso del protagonista durante el resto de la cinta y de ahí no se mueve. Sí, de vez en cuando su abogado y su enlace sindical se pasan por casa para recordarle lo que está en juego, pero el protagonista sólo tiene ojos para el culín de Jim Bean que le queda en el vidrio y para la joven yonki que ha metido en casa, rescatándola de una vida en la calle llena de miseria más por aburrimiento que por altruismo. En este punto, menos mal que el que dirige el cotarro es un perro viejo como Robert Zemeckis (Regreso al Futuro, Forrest Gump) que, consciente de que apenas tiene historia, decide darlo todo en la escena inicial, recordándonos puntualmente su presencia con algún travelling resultón, para después dejar toda la función en manos de su reparto, liderado por un Washington que ha decidido tomarse una excedencia de las películas de acción que protagoniza últimamente para reivindicar su tercer Oscar.
Porque Zemeckis llevará más de una década alejado del cine de imagen real, pero su técnica favorita es una de esas que no tienen fecha de caducidad. Ya la puso en práctica en su ultima incursión fuera de la animación, Náufrago, y ahora ha vuelto a hacerlo, sustituyendo a uno de los actores de mediana edad más prestigiosos de la historia por otro de idéntico y estratosférico nivel, y cambiando la solitaria isla del Pacífico por la granja desierta en la que se ambienta la mayor parte de El Vuelo. Ésto es un one man show. El mejor... De nuevo. Pero si Washington nos regala uno de los trabajos de su carrera es sólo
porque su presencia ocupa el 90% del tiempo en pantalla. El resto del metraje
se lo reparten al alimón tres interpretes secundarios tan sólidos como Don
Cheadle, John Goodman -encarnando a su propia versión de El Nota- y el poco
reivindicado Bruce Greenwood (The River, Super 8). Adornos de lujo, que diríamos.
No obstante -y aquí es donde se podría recortar facilmente media hora de película-, se nota que la intención del guión de John Gatins (Acero Puro, Norbit) es que sea el personaje de Kelly Reilly (Sherlock Holmes 1 y 2), la drogadicta con la que el protagonista establece una relación, el verdadero contrapunto del rol central. El problema es que a Denzel no le sobra espacio. Su conflicto interno con forma de adicción, el externo con la de un proceso judicial mediático y el recital necesario para que su rostro, contraído por las preocupaciones y una vida a punto de desmoronarse, parezca un poema, reducen al mínimo interés una relación sentimental que recuerda por momentos a la que mantenía el alcohólico al que daba vida Nicolas Cage en Leaving Las Vegas con la prostituta encarnada por Elisabeth Shue, pero sin ese aire casi mágico que destilaba su amor libre de ataduras y juicios. Aquí es imposible olvidar la investigación millonaria que puede depararle una sentencia de cadena perpetua al protagonista, aunque a nadie parezca importarle.
No obstante -y aquí es donde se podría recortar facilmente media hora de película-, se nota que la intención del guión de John Gatins (Acero Puro, Norbit) es que sea el personaje de Kelly Reilly (Sherlock Holmes 1 y 2), la drogadicta con la que el protagonista establece una relación, el verdadero contrapunto del rol central. El problema es que a Denzel no le sobra espacio. Su conflicto interno con forma de adicción, el externo con la de un proceso judicial mediático y el recital necesario para que su rostro, contraído por las preocupaciones y una vida a punto de desmoronarse, parezca un poema, reducen al mínimo interés una relación sentimental que recuerda por momentos a la que mantenía el alcohólico al que daba vida Nicolas Cage en Leaving Las Vegas con la prostituta encarnada por Elisabeth Shue, pero sin ese aire casi mágico que destilaba su amor libre de ataduras y juicios. Aquí es imposible olvidar la investigación millonaria que puede depararle una sentencia de cadena perpetua al protagonista, aunque a nadie parezca importarle.
En definitiva, El Vuelo no deja de ser una película correcta la mires por donde la mires pero
que comienza prometiendo mucho más que el desarrollo inexistente y la resolución
convencional que ofrece, más propios del cine de Frank Crapa que de una cinta estrenada en 2013. Al final, su envoltura hollywodiense, bien aliñada por temazos archiconocidos de Guns & Roses, The Rolling Stones y Red Hot Chili Peppers, entre otros, termina alineándose más de lo deseable con el mensaje final que ofrece, de un positivismo inocente e insultante en una era en la que los Madoffs y Bárcenas campan a sus anchas. Y escuece más en contraposición a uno de los comienzos más terroríficos y crudos del cine comercial reciente. Porque es sabido que la calma siempre llega después de la tormenta, pero no podemos dejar de lamentar que, en esta película, esa borrasca llegue demasiado pronto y la calma sea tan condenadamente anodina.
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